Deficiencias metodológicas
“En principio, la mayor parte de las investigaciones revisadas mostraban que sí existía cierta influencia del tiempo atmosférico y/o el clima en la distribución y el progreso de COVID-19. En concreto, un ambiente fresco y seco, en el contexto de un clima mesotérmico, parecía el más idóneo para su expansión”, explica el investigador Gutiérrez, quien, sin embargo, señala que una proporción significativa de estos estudios científicos presentaron importantes deficiencias metodológicas que arrojan dudas sobre la validez de los resultados.
Además, los investigadores encontraron otros inconvenientes a la hora de evaluar la evidencia científica disponible. Más del 70 por ciento de los trabajos revisados no habían sido sometidos previamente a ningún proceso de revisión científica, lo que ha impedido, en algunos casos, determinar con exactitud cuáles han sido los conjuntos de datos utilizados y conocer los detalles necesarios sobre las metodologías empleadas para alcanzar los resultados en los que se basan las conclusiones de los mismos.
Influencia de otros factores
Igualmente, según los expertos, algunos de estos trabajos alcanzan dicha conclusión sin considerar el efecto de factores importantes de otra naturaleza, como los relacionados con la movilidad de la población, su densidad o la conectividad geográfica en un contexto socioeconómico globalizado. “En el supuesto de que el tiempo y el clima influyan de alguna manera en la distribución del nuevo coronavirus, buena parte de las investigaciones revisadas sugieren este efecto partiendo de principios imprecisos, un marco de análisis incompleto, unos métodos inadecuados y hasta, en no pocos casos, conclusiones contradictorias, de acuerdo con los resultados obtenidos”, sostienen.
Así, aseguran que el hecho de que en condiciones controladas -experimentales, fuera del cuerpo humano- se haya demostrado que el SARS CoV-2 es sensible a las temperaturas que se alcanzan durante las estaciones más calurosas, a medida que estas aumentan el virus pierde viabilidad, no supone que ello deba necesariamente tener una influencia detectable en la progresión de la enfermedad en las personas.
“El que se observe una relación ‘estadísticamente significativa’ entre temperatura y la incidencia de COVID-19 no significa que exista una relación directa causa-efecto entre ambas variables. Dicha relación puede estar mediada por otros factores como, por ejemplo, la distribución, densidad y movilidad de la población”, aseguran.
“La consecuencia de nuestra revisión de la literatura científica es clara: en relación con el clima, hay que mantener exactamente las mismas medidas de contención y distanciamiento social, con la misma intensidad y aplicando los mismos criterios sanitarios que en cualquier otra estación. No hay ningún motivo para relajarse y bajar la guardia, no hay ninguna evidencia de que el verano pudiera representar una tregua”, concluye el profesor de la UMA.